Mi más apasionante acercamiento a la Medicina Militar

Fuerza, valor y sacrificio. Las tres primeras palabras que leí. Los tres significados que definen a la perfección la Base General Alemán Ramírez, donde yo, una adolescente de dieciocho años con grandes sueños y sutiles inseguridades, reafirmé mis ambiciones para el futuro más próximo. Plenamente agradecida por ello y, sin más preámbulos, me atrevo a describir todo lo que aprendí, palpé y sentí con una jornada de mentorización de seis horas.

Eran las 8:30 de un miércoles y yo estaba allí, nerviosa, ansiosa, a la espera del carrozado en el que nos desplazaríamos por la base. En cuestión de segundos ya estaba con el comandante Villa y con mi mentor: el teniente Vázquez: ¡gran profesional, mejor persona! Él fue el médico militar encargado de trasladarme su experiencia y conocimientos desde la objetividad y una sinceridad íntegra. Me ofreció lo que yo llevaba tiempo buscando: un balance de ventajas y desventajas de lo que supone entregar la vida al mundo de la sanidad militar.

Las horas transcurrieron increíblemente rápido para mí, pues una actividad seguía a la otra. Visité el botiquín de la base, una ambulancia SVA y el aula sanitaria, donde presencié exposiciones acerca de los primeros auxilios. Aquí, mi interés no hacía más que aumentar con cada pauta, con cada procedimiento de acción. Esta parte de la visita me condujo a reflexionar sobre las tenues diferencias que existen entre la medicina militar y la civil, pues, aunque están íntimamente relacionadas en sus labores, una aprende de la otra en lo que a técnicas y metodología se refiere. En cualquier caso, una vez más el teniente Vázquez permanecía atento a mis dudas e inquietudes mientras me decía “estás aprendiendo Medicina desde el final, desde la práctica”.

Todas las sesiones de preguntas y respuestas con el resto del personal compartieron un rasgo común: la frecuente alusión a la importancia del compañerismo. De esta forma lo expresaban: “allí, en la Academia, creábamos piña”, “hice amistades que nunca se olvidan”, “el sufrimiento queda reducido en la nada cuando el de al lado no te deja rendirte”, “es increíble volver a casa y empezar a apreciar lo que es tener una cama en la que dormir”. Algún día espero infundir estos valores apoyada en mi propia perspectiva y valentía. Tras la oportunidad de verme equipada con chaleco, casco, contemplando un fusil y una maniobra de protección a las autoridades, el día concluyó con un diálogo con el general Armada. Su interés en mi vida académica y futuras decisiones me hizo sentir, si cabe, todavía más arropada.

Pertenecer al Cuerpo Militar de Sanidad y formar parte del Ejército, en general, más que una profesión, un empleo o un trabajo es una entrega vital a la defensa y a hacer el bien. Con ello me quedo. Así como con las grandiosas ganas que tengo de algún día ser como todos ellos y ellas: amantes de la dedicación y dedicados a lo que aman.

Mis más sinceros agradecimientos a todo el personal que, con franqueza y honestidad, hizo de esta jornada el día en el que confirmé qué quiero que el futuro me depare.